Por Teresa Pacheco
Con la puesta de moda de los spas y centros wellnes a finales de los noventa, los grandes hoteles de la ciudad del Sena fueron incorporando a sus instalaciones lujosos paraísos de sensaciones donde cada detalle se sublima para trasmitir al cliente las cotas más altas de bienestar.
© The Four Seasons Image Library
Desde aquellos años dorados de finales del siglo XIX y principios del XX, en que Europa vivió, bajo un estado de ánimo lleno de optimismo, una excepcional etapa de desarrollo y prosperidad, denominada Belle Èpoque, París, símbolo del mundo civilizado, del progreso y de la efervescencia cultural, se posicionó como la ciudad más glamurosa del mundo; un primer puesto que ha sabido conservar y engrandecer a lo largo de las décadas sin perder ni un ápice de ese charme tan parisino.
La avenida de los Campos Elíseos, desde el arco del Triunfo hasta la plaza de la Concordia, extiende su magnificencia en el corazón de la capital francesa y representa en la actualidad la esencia del París más sofisticado. A la vera de esta arteria considerada por los parisinos “la plus belle avenue du monde” se concentra el mayor número de las firmas más exclusivas a nivel mundial como Chanel, Guerlain, Bulgari, Louis Vuitton, Cartier o Dior. Es también en este distrito de la ciudad y su área de influencia donde se enclavan los hoteles más lujosos, muchos de ellos en establecimientos históricos donde el paso del tiempo no ha hecho sino acentuar el encanto de unos enclaves en que todo está diseñado para encandilar al cliente.
Four Seasons Hotel George V, cada rincón huele a flores
Four Seasons, una de las cadenas internacionales más prestigiosas del mundo, gestiona desde 1999 uno de los hoteles más carismáticos de París. Fundado en 1928 por un millonario americano y actualmente propiedad de un príncipe árabe, atesora en su cartera de clientes personalidades de la talla de Greta Garbo, Marlene Dietrich o The Beatles.
A poca distancia de los Campos Elíseos, en la avenida de la que toma su primitivo nombre, es todo un referente del lujo francés más clásico. Lleno de voluptuosidad y buen gusto, las flores están omnipresentes en cada una de sus estancias –alrededor de 9.000 unidades traídas directamente de Holanda cada semana– en un cambiante despliegue decorativo pletórico de aromas y colores de la mano de Jeff Leatham, su director artístico que tematiza la decoración con tan exquisito recurso.
Tras su fachada art déco alberga 244 habitaciones, Premium, Deluxe o Superior, diferentes entre si, con espaciosos baños de mármol con tocador y los preciados colchones Four Seasons, un auténtico placer para el descanso. Impresionantes salones decorados con obras de arte y valiosas antigüedades, el Bar Americano donde Hemingway solía degustar un Martini con cacahuetes, su famoso restaurante Le Cinq, orquestado por el chef Éric Briffard, que cuenta con dos estrellas Michelin y un precioso jardín donde abunda el boj a la sombra de dos centenares de orquídeas colgantes, forman parte de este establecimiento donde todo está cuidadosamente estudiado, cada rincón, cada detalle y muy especialmente la excelencia del servicio, siempre en el lugar adecuado, discreto y amable en su justa medida.
La incorporación de la marca Four Seasons trajo consigo la inauguración de unas magníficas instalaciones de spa que son todo un referente para la jet parisina que las frecuenta de manera particular para disfrutar del circuito de relax junto a los vestuarios, y de los tratamientos a la carta en alguna de sus 14 cabinas, una de ellas para parejas. Una gran piscina con un mural de Versalles como fondo, sala de fitness abierta las 24 horas con entrenador personal, peluquería, pedicura y manicura y sala de reposo donde las tumbonas son más bien camas aisladas por vaporosos baldaquinos, constituyen algunos de los servicios que se prestan dentro de un ambiente intimista diseñado para ofrecer “experiencias memorables” comenta Cecile, una de sus coordinadoras, mientras señala las marcas cosméticas de alta gama con las que trabajan: Carita o Swiss Pefection, a la vez que remarca que “lo más destacable del centro es la calidad del servicio”. Aunque en perfecto estado de conservación, el spa va a ser sometido a una profunda renovación con el fin de perpetuar esa exclusividad de que hace gala.
The Peninsula, elegancia y refinamiento minimalista
En la avenida Kléber, cerca del Arco del Triunfo, el imponente edificio histórico de finales del siglo XIX, que albergó uno de los hoteles más lujosos de la Ciudad de la Luz, hace escasamente un año que ha abierto de nuevo sus puertas de la mano del grupo The Península Hotels, que lo ha restaurado primorosamente manteniendo intacta su majestuosidad en una combinación bien avenida con las últimas tendencias en diseño, lujo y confort. Una tarea complicada ya que el palacio está sometido a rígidas normas de conservación por lo que toda su decoración es desmontable de manera que si cambia de función volvería a quedar en su estado original.
The Península cuenta con 200 habitaciones de lujo incluyendo 34 suites que se encuentran entre las más espectaculares de la capital. Equipadas hasta el más mínimo detalle cabe destacar las tablets individuales que permiten un completo control, en todos los idiomas, de la habitación y de los distintos servicios del hotel y la mesa de trabajo pensada para trabajar sin trabas que incorpora impresora y fax e incluye un servicio gratuito y sin límite de llamadas internacionales. Lo último en tecnología también ha llegado a los baños donde a través de un dispositivo es posible controlar luces, música y aromas.
En The Península cada lugar tiene su historia, así el entrañable Bar Kléber tuvo un importante protagonismo en la firma de los Acuerdos de Paz de París en 1973 que dieron fin a la guerra de Vietnan.
En su restaurante gastronómico Lili, la decoración rememora la tradición francesa por la opera china y en sus salones y reservados se sirve alta cocina cantonesa. En la sexta planta y con fantásticas vista sobre la ciudad y la torre Eiffel, el restaurante El Pájaro Blanco hace homenaje al avión biplano desaparecido en mayo de 1927 al llevar a cabo el primer vuelo sin escalas entre París y Nueva York. Una reproducción de dicho avión preside el restaurante mirando el horizonte parisino como si fuera a despegar de inmediato. Elegante y sofisticado cuenta con una terraza para los días soleados y cocina francesa de mercado orquestada por el chef Signey Redel.
Como no podía ser menos el refinamiento y el lujo son las consignas del Península Spa París, el primero de esta firma abierto en Europa, cuyos espacios están dedicados por completo a la serenidad, la belleza y el fitness. Decorado con madera, piedra y bellos estucados se ha conseguido un ambiente elegante y aséptico en consonancia con la clientela multicultural que lo frecuenta, mientras que la esencia francesa se respira en los aromas y aceites esenciales utilizados, a base de hierbas de la campiña francesa.
Las experiencias de bienestar totalmente personalizadas se llevan a cabo en los 1.800 m² de sus instalaciones en las que destaca una espléndida piscina de 20 metros de largo pensada para la natación. Cuenta con dos jacuzzis, seis grandes cabinas de tratamientos y dos suites privadas completamente equipadas, caja fuerte incluida, dos circuitos de contrastes (hombres y mujeres), varios espacios de relax y un completo gimnasio con zona cardio, de musculación y asesor personalizado.
La filosofía de partida es la misma que la hostelería de gran lujo implantada en el spa, con los clientes justos, ni uno más, para que la calidad no se resienta. Los distintos tipos de luz al recibir al cliente, durante la estancia y en la despedida forman parte del protocolo que envuelve cada propuesta del Spa Península que siempre empieza con un ritual purificador de pies y una consulta personalizada.
“No sabía que el lujo y el detalle podían llegar a este nivel” nos comenta Katia Schaffhauser, la directora del Spa que cuenta en su haber con una larga experiencia en el negocio wellness y también en el termal, ya que estuvo trabajando en Évian-les-Bains. Según Katia “la diferencia para poder alcanzar la excelencia está en el trato”, para ello la política del Península pasa en primer término por “poner en valor al ser humano, al personal, en desarrollar su potencial, ya que si el personal está bien el cliente también lo estará”. Para ello abordan muchas actuaciones en pro de incentivar a los empleados, interactúan con otros spas para aprender, intercambiar, colaborar…, y sobre todo “motivación, mucha motivación”, porque, añade, en la hotelería de lujo “el personal es el vehículo de comunicación, de marketing”, y el director debe crear sinergia con todos y cada uno de los directores de cada departamento y de los trabajadores en general. En cuanto a su opinión sobre el futuro de los balnearios comenta que “no han sabido remodernizar el concepto, ponerse al día, además las normas de la gestión y del tratamiento del agua son muy complejas y esto dificulta mucho el negocio”.
Mandarín Oriental, un santuario para los sentidos
Muy cerca de la plaza de Vendôme, concretamente en St. Honoré, otra de las calles parisinas más exclusivas del mundo, donde se suceden en un rosario inacabable las boutiques de alta costura, se ubica el Hotel Mandarín Oriental, abierto desde 2011. Cuenta con 138 habitaciones y 39 suites, todas ellas insonorizadas y equipadas con tecnología punta, en las que reina la elegancia y el confort, decoradas con obras de arte contemporáneo y colchas de seda cubriendo sus camas.
La excelencia se extiende igualmente a la gastronomía tanto en el restaurante Sur Mesure, donde el chef Thierry Marx da rienda suelta a su creatividad, como en el Camélia, de cocina francesa y preciosas vistas al jardín. Para aperitivos y cócteles el original Bar 8 y para los más golosos una exquisita pastelería.
Con 60 años de historia, el grupo Mandarín, originario de Hong Kong, se lleva implantando en Europa desde hace 14 años y al día de hoy cuentan con siete establecimientos, uno de ellos en Barcelona y próximamente en Madrid tras la adquisición del emblemático Hotel Ritz que va a ser remodelado en profundidad y a cuyas instalaciones se va a incorporar un spa de lujo.
El spa del Mandarín Oriental de París está diseñado bajo el objetivo de conseguir un entorno holístico para el relax y el rejuvenecimiento y trata a cada huésped como un ser único adaptándose a él hasta en el mínimo detalle.
“El cliente internacional de alto nivel, es el usuario de la marca Mandarín, negocios generalmente durante la semana, y ocio familiar los fines de semana”, en palabras de Jeremy McCarthy, director internacional de los spas del grupo, que nos habla también de la buena experiencia del Mandarín en Barcelona y de la excelente acogida de la filosofía asiática que “siempre está presente en la cultura de sus spas”. “Nuestra orientación –añade- es única, ofrecemos algo muy holístico, muy ligado a la herencia oriental de la empresa que tiene su ADN en Asía. Ahora, con hoteles en diferentes partes del mundo, incorporamos a nuestra carta de tratamientos ciertas particularidades de cada zona. Además –sigue McCarthy- todos los spas son diferentes en el estilo, el diseño o la gastronomía ofrecida por los chefs. Nuestra filosofía es dar siempre lo mejor, ser un referente en la comunidad donde se ubica, esto hace reaccionar al hotelero local y repercute de manera positiva en la economía”, puntualiza McCarthy.
Con una superficie de 900 metros cuadrados, el spa del Mandarín Oriental París, consta de cuatro suites individuales con instalaciones privadas y hammam, tres para parejas, que tienen también jacuzzi, una piscina de entrenamiento de 14 metros y gimnasio abierto las 24 horas.
Sus formas redondeadas, sin aristas, y su ambientación aséptica en tonos suaves, con algún guiño decorativo alusivo a Oriente, predisponen a dejarse llevar. La cosmética Guerlain pone su impronta parisina en este espacio de bienestar con vocación pluricultural.
Al traspasar el umbral el sonido del gong da la bienvenida y comienza un ritual al más puro estilo oriental enfocado para dejar atrás el mundo exterior y concentrarse en una experiencia única. Una vez dentro de la cabina un terapeuta orientará al cliente sobre los tratamientos más adecuados según cada necesidad en un cuidado protocolo que se prolonga hasta la salida, cuando el gong da su nota de despedida.