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Dentro de la oferta de turismo de salud, los balnearios gozan de un cierto reconocimiento histórico, por el contrario la talasoterapia es entendida como una terapia de última generación y novedosa, a pesar de que las prácticas de los establecimientos balnearios y los baños de mar se desarrollaron en un mismo periodo de tiempo, a lo largo del siglo XIX y primeras décadas del XX.


Los balnearios iniciaron primeramente la actividad, aunque pronto se pusieron a la altura los establecimientos de baños de mar al ofrecer baños medicinales, algas, chorros y otras muchas técnicas.


Sus funciones eran similares, prevenir y mejorar la salud mediante el empleo del agua, coincidiendo el perfil del bañista y en muchos casos las actividades de agua, aunque siendo distinto el cuadro de enfermedades y claramente la diferencia de que los Balnearios se originan en puntos donde existen fuentes de agua minero medicinal, normalmente en lugares de interior, y por el contrario los baños de mar, que como bien indica su término, se levantan en la costa, al pie de las playas para poder hacer la terapia marina consistente en el empleo de agua de mar (hidroterapia), el aire marino (aeroterapia) y la radiación solar (helioterapia).


También existió la complementariedad entre tratamientos termales y marinos, según señala Roza (1995), el arzobispo de Sevilla (siglo XIX), Ceferino González, iba a Gijón a tomar baños de mar y después se desplazaba al balneario de Caldas de Priorio.


Centrándonos en el origen, aunque existen referencias del uso del agua marina desde la antigüedad, el comienzo de la práctica de los baños de mar surgió en el siglo XVII siendo Inglaterra el país pionero, lo que favoreció que en el siglo XVIII ya contara con 60 baños. También fue un médico inglés, Richard Russel el autor del primer tratado moderno de talasoterapia en 1750 “The use of Water”, según García (1869) Francia aprovechó sus conocimientos, convirtiéndose en principal propagadora de sus principios, y superando la habilidad en la apropiación de la idea, modelo que se extendió posteriormente a Bélgica, Suecia, Portugal y España.


Inicialmente la práctica de los baños de mar se tomaba con fines sanitarios, una actividad difícil de realizar que chocaba con los valores sociales de la época y por el miedo ante el mar como un espacio inseguro y desconocido.


Según la Federación Internacional de Termalismo en 1820 el baño de mar terapéutico pasa de la playa al interior de nuevos establecimientos hidroterápicos donde también se tomaban los baños calientes.


A partir de mediados del siglo XIX, estos baños se convierten en un hábito social identificado con un grupo social de alto poder adquisitivo, promovido por la realeza y la burguesía, en España los precursores fueron la reina Isabel II que frecuentaba las playas de San Sebastián y el rey Alfonso II en los baños de Santander.

De este modo aparece la moda de los baños de mar, y con ella los baños higienistas pasan a convertirse en prácticas de ocio, transformando a los enfermos en veraneantes.

Este cambio implica la aparición de destinos que reproducen y promueven un modelo de urbanización característico, es el modelo de la ciudad-balneario, formada por casas de baños, hoteles, paseos marítimos, instalaciones deportivas y casinos, como elementos primordiales.


Este modelo fue promovido por la burguesía que adoptaría la costumbre de la aristocracia al cambiar de residencia durante la época estival a lugares del litoral, aparece así la segunda residencia de verano y el cambio pertinente en las poblaciones del litoral, hoy muchas son destinos de veraneo de sol y playa, Alicante, Bayona, Tarragona …


En este desarrollo, la accesibilidad tuvo un papel decisivo, la aparición de la maquina de vapor en el siglo XIX revolucionó el transporte marítimo y ferroviario, facilitando el acceso a la costa y también limitando el desarrollo en los puntos costeros que comunicaban.


Los establecimientos de baños de mar atendían a distintas designaciones: balneario de mar, baños de ola, baños marinos, casa de baños, estación balnearia y talasoterapia.


Este último neologismo, “talasoterapia”, fue inventado en 1867 por el francés La Bonnardier con la unión de las palabras griegas: “thalass” (mar) y “terapia” (curación), para designar la terapia que, con vigilancia médica continua, y con un fin preventivo y curativo, utiliza todos los beneficios del medio marino que comprende el clima marino, el agua de mar, los barros marinos, las algas, la arena y otras sustancias de mar.


Bajo los establecimientos de baños de ola se podían encontrar distintas tipologías de baños según el cliente y los beneficios buscados: baños militares, civiles, reales, populares y burgueses, incluso sanatorios marinos.


A la hora de realizar el baño había diferencia entre tomar baños de mar con una concepción más genérica, refiriéndose a la actividad de baños, y los baños de ola, que se realizaba en el mar con oleaje para lograr el efecto de hidromasaje.

La funcionalidad curativa e higienista de los baños debía satisfacer a los distintos grupos sociales, además se debe recordar que normalmente los establecimientos estaban en lugares de dominio público, así que los balnearios ofrecían baños a la clase más desfavorecida a precios módicos, o incluso de forma gratuita pasando posteriormente los gastos al ayuntamiento.


En base a esta diferencia social los espacios litorales fueron acotados, mediante diferenciación de zonas y usos de la playa a diferentes horas evitando mezclar bañistas de distinta condición social.


De igual modo se hizo una distinción de sexos, dividiendo zonas de las playas para mujeres y hombres, como fue el caso de A Coruña en 1875, donde salió una norma que exigía que las playas donde se permitiese el baño estuviesen debidamente separadas para los hombres y mujeres, normalmente los niños estaban en el lado de las mujeres.


En cuanto a las instalaciones de estos baños, se componían por casetas de madera o lona para el cambio de traje, baños flotantes que consistían en garitas metidos en el agua para que se filtrara entre rejas y tomar el baño dentro, la maroma, una cuerda que se adentraba en el mar en donde se sujetaban los bañistas que no sabían nadar.
Por aquel entonces era imprescindible la figura del bañero, un auxiliar para ayudar a los bañistas, su función era llevarlos en brazos al mar y acompañarlos durante el baño.


La decadencia de los baños de ola, tal y como se describen, llega con el cambio de los hábitos sociales, a partir de los años treinta. De igual forma que los avances en el transporte revolucionaron el progreso de los baños de mar, en la vida moderna la aparición del automóvil hizo el efecto contrario, pues facilitó que muchas personas accediesen a playas fuera de la concesión, a lo que se une la pérdida de pudor y el consecuente abandono de las prácticas saludables iniciales del baño. Estos nuevos hábitos conllevaron a que no se precisasen los servicios balnearios y la desaparición de las estaciones marítimas por la falta de generación de ingresos.


De este patrimonio marítimo todavía quedan vestigios a lo largo de la costa, es el caso de Cádiz que conserva el edificio del balneario de Palma y del Real destinado al Centro de Arqueología Subacuática del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico, el centro de talasoterapia La Perla de San Sebastián, la ciudad jardín de A Coruña, y como caso excepcional, destaca Santander con el esfuerzo de rememorar estos tiempos con la celebración desde hace varios años de la fiesta de Baños de Ola.

Los nuevos hábitos de vida muestran la tendencia por una vida saludable, y con ella el resurgir de la talasoterapia y la búsqueda del bienestar mediante el empleo del agua de mar. Una necesidad fisiológica, tal como describe el doctor Ángel Gracia (2004) que basándose en las teorías de la relación entre el plasma sanguíneo y el agua de mar de Quintón, sostiene que el agua marina como origen de vida de los seres humanos es una necesidad vital.


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