Por Salvador Ramos Rey.
La filósofa y experta en Bioética, Victoria Camps, en el prólogo del libro “Ética del cuidado en ciencias de la salud”, de la filósofa y enfermera Ester Busquets, nos recuerda que cuidar “siempre ha sido una necesidad derivada de la condición vulnerable y limitada del ser humano”. Cuidar de los demás sigue siendo una necesidad básica y no decrece a pesar de los avances tecnológicos. “Necesidad de la que ancestralmente se han hecho cargo las mujeres –continúa Victoria Camps–, y ha sido invisible a los ojos de la sociedad; necesidad perentoria que no debe apelar solo a la responsabilidad de las mujeres, cuidadoras natas por imposición del destino”.
No hay nada esencial en la biología del sexo femenino que haga a las mujeres mas aptas para cuidar a sus semejantes, que los hombres. Si las mujeres han sido tradicionalmente las cuidadoras, ha sido por aprendizaje, porque se les inculcaba desde la infancia, que esa era su función; se trata por tanto de una construcción social, de género. Todos, hombres y mujeres, organismos e instituciones, podemos aprender a cuidar, ya que todos somos igualmente capaces para el cuidado. “Debemos de educar por igual en este valor del cuidado a niños y a niñas, para que éste sea un valor humano y no un valor de género” . (Irene Comins Mingol. “Filosofía del cuidar. Una propuesta educativa para la paz”. 2009).
¿De qué hablamos cuando hablamos del Cuidado?
Cuidar no es solo la atención y el adecuado cuidado de una persona durante una lesión, enfermedad o discapacidad. Todas las personas, por nuestra propia naturaleza, somos vulnerables y por lo tanto en algún momento de nuestra vida vamos a necesitar ser cuidados o cuidar a otra persona, ya sea un familiar o amigo, por lo que todos somos a la vez usuarios de cuidados y dispensadores de cuidados. Cuidar, más que un acto, es una actitud, que requiere tiempo, atención, esfuerzo y recursos económicos. Carol Gilligan, Catedrática de Humanidades y Psicología Aplicada de la Universidad de Nueva York, es reconocida como la impulsora de la ética del cuidado, con su publicación, en 1982 de “In a Diferente Voce”, poniendo de manifiesto el valor del cuidado, “un valor que debiera ser tan importante como la justicia, pero no lo es porque se desarrolla sólo en la vida privada y doméstica protagonizada por las mujeres. En un contexto patriarcal, el cuidado es una ética femenina; en un contexto democrático, el cuidado es una ética humana”.
Si los cuidados han sido una actividad ignorada, se debe a que no han sido considerados un verdadero trabajo, al no ser remunerado, y al estar relegado al ámbito familiar y ser una actividad propia de las mujeres.
Los profesionales de enfermería son los expertos y referentes en el ámbito del cuidado, ya que el cuidado es el centro de la actividad enfermera, pero, “sin embargo, debemos insistir que la práctica del cuidado no es una característica inherente y exclusiva de la enfermería, sino que afecta e incluye a todas las profesiones relacionadas con las ciencias de la salud y a cualquier actividad que pretenda mejorar la vida de las personas” (Ester Busquets Alibés: “Ética del Cuidado en Ciencias de la Salud”. 2019).
Florence Nightingale, enfermera italiana de origen, pero que desarrolló su actividad profesional en el Reino Unido, fue una avanzada en su tiempo, estableciendo las bases de la enfermería moderna, publicando en 1859 su obra “Notas sobre enfermería: qué es y qué no es”. Fue también una pionera en humanizar los hospitales y abrirlos al exterior, aprovechando todos los recursos naturales de los que disponía en el entorno hospitalario.
«Si las mujeres han sido tradicionalmente las cuidadoras, ha sido por aprendizaje, porque se les inculcaba desde la infancia que esa era su función»
La enfermería es y seguirá siendo la referencia para promover la Cultura del Cuidado, y el modelo en el que nos debemos fijar para cuidarnos y cuidar a los que lo necesitan Si no cuidamos y nos cuidan cuando lo necesitamos, si no nos sentimos responsables ante la vulnerabilidad, se quebrantan las profesiones del cuidado y los cimientos de la humanidad, “por ello cabe desfeminizar el cuidado, redescubrirlo como un valor universal y situarlo en el centro de la vida pública. Es una responsabilidad de todos, y el cuidado debe universalizarse”. (Joan C. Toronto. “Caring Democracy. Marketing, Equality, and Justice”. 2013). Estamos obligados a reflexionar sobre las actitudes que cualquier persona debería de desarrollar como antídoto a las tendencias egoístas y autosuficientes predominantes, olvidando que como humanos somos seres relacionales. Todas las personas, organizaciones e instituciones tienen que ser cuidadoras, lo que significa cumplir dos objetivos básicos: detectar necesidades y repartir responsabilidades, para satisfacerlas.
Los espacios para el Cuidado.
Nuestro Sistema Sanitario, centrado en la atención hospitalaria y altamente resolutivo para patologías agudas, se ha desarrollado a costa de mermar recursos tanto para Atención Primaria como para los Servicios de Salud Pública. Pero el escenario ha cambiado y en el momento actual nos encontramos ante una población envejecida y en la que predominan las enfermedades crónicas y degenerativas, cuyas necesidades de cuidados van mas allá de la asistencia hospitalaria, por muy buena que esta sea; por lo que surge la necesidad de contar con nuevos espacios para su atención y cuidado. Este cambio de escenario no ha sido repentino, venía siendo anunciado desde hace mucho tiempo, por lo que hemos perdido la oportunidad de replantearnos con calma la necesidad de modificar nuestro modelo asistencial. A finales del año 1980, el prestigioso centro de investigación en bioética, Hastings Center de Nueva York, convocó a un equipo de estudiosos internacionales, coordinado por Daniel Callahan, para reflexionar sobre los fines de la medicina, ante el nuevo milenio que se avecinaba, elaborando el documento “Los fines de la medicina: el establecimiento de unas prioridades nuevas”, en el que se debate y reflexiona sobre cuáles deberían ser las prioridades en la práctica de la medicina en la sociedad actual. Establece que los fines de la medicina deben ser algo más que la curación de la enfermedad y el alargamiento de la vida, y que se ha de poner énfasis en aspectos como la paliación del sufrimiento, situando al mismo nivel el curar y el cuidar.
«En un contexto patriarcal, el cuidado es una ética femenina; en un contexto democrático, el cuidado es una ética humana”. (Carol Gilligan)
El sistema sanitario no puede seguir desatendiendo el proceso de cuidados por considerarlo una tarea menor y subordinada, dejándolo como responsabilidad del entorno familiar que tiene que asumir esos “costes invisibles de la enfermedad”, tal como los define la Catedrática de Sociología, Mª Ángeles Durán Heras, carga que recae de forma injusta y discriminada sobre las mujeres de la familia, y en otros casos –si hay posibilidades económicas– en cuidadoras informales a domicilio.
Surge por tanto la necesidad de contar con un “tercer espacio” para el cuidado, mas allá de los centros sanitarios habituales y el domicilio familiar. Cada vez hay una mayor evidencia científica de que este tercer espacio para el cuidado debería estar ubicado en entornos naturales.
Hay un interés creciente por los posibles beneficios de los cuidados basados en la naturaleza. Hoy en día surge la necesidad de incorporar a los servicios asistenciales la oferta de “prescribir naturaleza”, tanto a la población general como a los afectados por patologías crónicas. Se trata de un recurso infrautilizado, tanto en prevención como en recuperación. Los usuarios valoran la humanización de la atención y poder disponer de nuevos espacios para el cuidado en entornos naturales. Hablamos de la receta verde e incluso de la receta azul, ya que se ha demostrado un mayor beneficio en aquellos entornos en los que el agua tiene una presencia importante. Prescribir naturaleza mejora la salud y el bienestar de las personas, ayuda a mantener la salud cardiovascular, reduce el sobrepeso y la obesidad, contribuye a la salud mental, fomenta la interacción y conexión social y fortalece el sistema inmunitario.
La Villa Termal: Un entorno natural para promover la Cultura del Cuidado
Las Villas Termales se encuentran en una situación privilegiada para postularse como un excelente entorno natural para llevar a la práctica la Cultura del Cuidado: tienen el entorno natural, disponen de un balneario, con su correspondiente condición de servicio sanitario, en los que se pueden ofrecer diferentes programas de cuidados; y cuentan con profesionales del cuidado, en su mayoría mujeres, que nos pueden enseñar esa cultura del cuidado, que llevan ejerciendo a lo largo de su vida profesional, y a las que se les debe dar el reconocimiento que se merecen. No nos equivoquemos, cuando hablamos de desfeminizar los cuidados, hablamos de evitar que recaigan sobre las mujeres, de forma injusta, los cuidados no remunerados, pero debemos feminizar el cuidado, en el sentido de aprovechar todo su conocimiento y profesionalidad, reconociéndoles la importancia y valor de su trabajo y situándolas como referentes.
El envejecimiento de la población y el predominio de las patologías crónicas reclaman nuevos modelos de atención, mas allá de las ofrecidas en centros sanitarios y residencias de ancianos. Es necesario desarrollar nuevos servicios de atención sanitaria y/o sociosanitaria, que cubran estas necesidades. Las Villas Termales tienen ahí su oportunidad, para ello deberían convocar a todas las entidades de su entorno, creando un verdadero ecosistema colaborativo, con el Centro Termal ejerciendo el liderazgo y buscando alianzas para conseguir sinergias con el mayor número de agentes locales posibles: administraciones públicas, empresas, agrupaciones vecinales, productores, profesionales sociosanitarios, instituciones locales, centros educativos, centros sanitarios etc., que beneficien a todo el ecosistema, reconociendo “el cuidado como una formidable fuente de recursos invisibles no incorporados al análisis económico micro ni macro”. (Mª Ángeles Durán. LA RIQUEZA invisible del cuidado. 2018).
Cuidado y sostenibilidad van de la mano, amparándose mutuamente, y ante el desastre climático que estamos padeciendo no debemos olvidar que nuestra salud depende de la salud del entorno en que vivimos y de la salud del planeta que habitamos.
“Es imprescindible cuidarse, cuidar de los demás y cuidar incluso de la naturaleza no humana que constituye nuestro entorno. Porque del tratamiento que nos dispensemos unos a otros y a la naturaleza, depende el futuro de nuestra existencia”. (Victoria Camps. “Tiempo de Cuidados”. 2021.